Acabo de ver, después de varios años, la película The Reader/El lector (2008) del director Stephen Daldry. Esta vez el significado fue distinto, quizá más profundo, con más matices. Las películas siempre son las mismas, están ahí, esperando ser vistas. El que cambia es el espectador, con su historia, sus contextos, sus movimientos, sus decisiones.
The reader es una película maravillosa, una poesía de vida y reconciliación. Una historia de amor, tan profunda como inquebrantable, porque es el amor que te descubre, que te conecta, el que a veces se anhela, pero que tanto asusta. Pareciera que se olvida o se atrofia el amar, como ese joven, el protagonista, que descubre el amor, la literatura, la sexualidad, que dice lo que siente porque no quiere renunciar, que reconoce sus emociones, que entrega y da, porque causa más miedo no entregarse, que recibe y disfruta porque se maravilla descubriendo(se). Pero esa inocencia se pierde cuando se busca cuantificar el amor, evitando reaccionar, a causa de la imposibilidad de asumir lo que duele, ahí se crean corazas, y los secretos, a veces necesarios y otras tan tóxicos como pesados.
Pero esta película también crea una danza entre víctimas y perpetradores, mostrando la diferencia que existe entre la culpa fácil o el asumir la responsabilidad de lo que se es y de lo que se hizo, donde siempre está la posibilidad de huir y vivir huyendo, o el poder quedarse y enfrentar, porque ahí comienza la dignidad.
Por otro lado es un retrato tan bien hecho, donde se plasma lo fácil que resulta juzgar a los otros, la necesidad humana de tomar partido, así como la posibilidad de convertirse incluso en lo que tanto se detesta en nombre de lo que cada uno considera justicia, desde su moral, sus valores y sus creencias. Pero ¿acaso no se juzga también la propia historia y a las personas?, ¿acaso no se hace desde lo poco que se alcanza a ver, sin entender el contexto, el sentido y los matices que humanizan y dan una esencia, un sentido?. Siempre es más fácil decir: “pudo haber hecho esto” o “yo podría hacerlo diferente”, un acto arrogante, donde se desconoce al otro y uno mismo pierde su lugar en la comparación estéril.
Lo más común es caer y representar los conceptos de “malo” o “bueno”, sin estar conscientes de su resultado, donde se puede lastimar, encasillar y limitar, transitando la vida entre la renuncia de la responsabilidad, de la libertad de decisión, de la posibilidad de redimir desde lo que cada uno pueda sentir, y reconociendo que el otro puede.
Esto me llevó a pensar en el trabajo que como terapeuta realizo, donde uno de los temas más comunes y que más implicaciones tienen, son los juicios, principalmente hacia los padres, donde confluyen demasiadas expectativas, señalando e ignorando su historia y sus heridas, o incluso llegando a cuidarlos en exceso, por temor a que no puedan, retándoles grandeza, fortalezas y la posibilidad tan inmensa de vivir que nos dieron. Reclamar estanca la vida. Lo ideal sería poder reconciliarnos con la imagen que hemos creado de ellos, con las expectativas que no siempre se cumplen, con las heridas que como adulto puedes sanar y hacerte cargo. Lo mismo ocurre con la pareja, que se espera sea de determinada manera, coartando su forma de ser, hacer, pensar o sentir. Mutilando la esencia y entrando en una guerra de la que es muy difícil salir.
No podemos olvidar que todos los seres humanos tenemos claroscuros, evitarlos o negarlos, hace que el miedo y la sombra se hagan más grandes. Sólo mirando de frente la historia, asumiendo sus consecuencias, reconciliándose con aquello que desagrada, dejándolo donde pertenece, se puede ser más libre y más auténtico, porque al no hacerlo, el campo de acción se reduce a caminos sin sentido que repiten aquello de lo que se quiere huir.
Esta película es fundamental verla, por muchos elementos: historia, dirección, edición, pero sobretodo quiero resaltar el trabajo de Kate Winslet, una gran actriz, de las mejores de su generación, incluso por esta película ganó innumerables premios incluyendo su primer Oscar. Y es que sabe transmitir el amor, con un personaje profundamente complejo, que sabe asumir lo que fue capaz de hacer, sin justificarse, sin cinismo, sólo asumiendo la decisión que tuvo, de la que no hubo marcha atrás, donde la vergüenza de asumir un secreto que la deshonraba, la llevó a otros caminos entre el cielo y el infierno, aparentemente evitando pensar en lo ocurrido, pero dejando claro que nadie sabe completamente lo que cada uno decide o vive.
Es importante tener presente que no se pueden vivir procesiones ajenas, que se puede acompañar en la desdicha, pero hacerlo quita dignidad y añade sufrimiento. Sólo si dejamos la responsabilidad donde corresponde, dejando los hechos y sus consecuencias a quienes los causaron, la redención puede llegar y con ella la paz, la sanación y la apertura a lo nuevo. Todo esto queda muy claro en el trabajo de Constelaciones Familiares.
Luis Miguel Tapia Bernal
Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".