A Ernesto le llevó años construir una coraza que a simple vista reflejara seguridad. Era casi perfecta, parecía genuina. Pero si llegabas un poco más profundo, podías mirar las grietas que delataban los miedos que trataba de esconder. El dolor, los rechazos, las rupturas del corazón, los sacrificios, las cosas que no pudo lograr, estaban ahí, ocultas, ignoradas, más no superadas. Iba como muchos, tratando de no sentir para no quebrarse.
Desde pequeño comenzó el conflicto. Siempre había parecido débil, no sólo de cuerpo sino también de carácter. En la escuela era retraído y evitaba causar problemas. Con sus padres esperaba cumplir sus expectativas, aunque dejara de lado las suyas. Sus amores funcionaron poco. Al principio le faltaba el valor para acercarse y hacerlos realidad. Después resultaron mal porque el don de la sensibilidad se convirtió en defecto, cuando terminaba cediendo siempre y olvidándose de sí mismo.
Al verse tan herido, ante los desechos de su propia existencia y en medio de sus ruinas, evitó la reconstrucción. Prefirió ignorar el desastre y comenzar a construir su coraza. Se fue endureciendo con el enojo de sus batallas no ganadas. Se convirtió en una amargura que explotaba a la menor provocación. Comenzó a jactarse de su carácter y lo utilizó de excusa para tener pocos amigos y amores que duraban unas horas, unas noches. Se despedía con la añoranza de quien espera que se queden, pero mostrando la seguridad de la indiferencia, convencido que la culpa no estaba en él.
Decía que era demasiado selectivo, y nadie le aguantaba el ritmo. Moría por compañía, pero estaba instalado en conformarse con el dolor de una soledad que no era su amiga. Con un corazón roto no había mucho que dar. Pero siempre decía que daba lo mejor, y que daba todo.
Temía a la intimidad. La real. No en la que se entrega o comparte el cuerpo momentáneamente y se busca que con eso se diga todo, sino la intimidad que implica desnudarse ante el otro, mostrando el resultado de las vulnerabilidades, las cicatrices y las historias. Mostrarse sin el personaje, permitiendo que el otro entre. Pero de esto se huye. La intimidad real asusta incluso con uno mismo.
Pero añoraba el amor. No renunciaba a su búsqueda, sólo la ocultaba y se conformaba. Repetía el ritual de seducción que funcionaba para tener compañías intrascendentes. Al calor de los besos, la sensibilidad se le escabullía y hacía promesas fáciles, en medio de un orgasmo o en el abrazo somnoliento. Promesas que no se podían cumplir porque implicaban eternidades. Pero le fascinaba escucharlas y decirlas, aunque se desvanecieran al amanecer y se terminaran al subir el cierre del pantalón.
Vivía como un niño hambriento de esperanza. Sin valor. Temiendo conocerse. Temiendo enfrentarse. Siendo su propio esclavo para pagar las cuentas. Atado a un trabajo que lo absorbía en exceso, dejándole menos tiempo para pensar y sentir. Pero había madrugadas que llegaba a su departamento vacío, con una satisfacción mediocre y la victimización en los bolsillos. Con las lágrimas contenidas por años de llorar a medias. Con la sonrisa congelada, fingiendo que podía continuar. Esperando que las cosas no le afectaran, gritándose que no debía sentir. Pretendiendo olvidar rápido, quedándose en el mismo lugar con los mismos resultados.
Y ahí estaba, paralizado ante sí mismo, con el destino adelgazado y la decisión pendiente. Corriendo en círculos sin saber cómo salir de la prisión que se había impuesto, caminando en un laberinto sin salida. No había más. Podía seguir igual, pagando un precio muy alto por renunciar a sí mismo, o podía, por primera vez, comenzar el camino de regreso a él. La única certeza que tenía, era que solo no podría hacerlo. Hay caminos que requieren de otros para poder repararlos y transitarlos, para después continuar solos y libres.
Luis Miguel Tapia Bernal
Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".
El vivir actual, nos da un distanciamiento con el otro, por un lado tenemos un montón de opciones de contacto con los amigos y familiares, sin embargo, la calidad de la comunicación sea precaria, efímera, somera, la soledad de nuestro tiempo es consecuencia de la tecnología, ella nos abre muchas puertas a nuestro corazón,también es consecuencia de la actitud que tenemos ante los demás y de la autosuficiencia mal entendida. Todos estos elementos ante la alienación general y nuestras propias carencias hacen una combinación destructiva. Lo importante es buscar nuestros puntos de oportunidad y solventarlos poco a poco. Excelente tema. Muy bien desarrollado.
Una lectura un tanto íntima, tan cercana y repudiada por la veracidad de las palabras, tan real y tan hiriente que prefiero decir que es un texto de ciencia ficción… En tan pocas letras reflejas la atemorizante realidad de mi ser.
¿Desde cuándo me conoces tan bien? (lo digo por mi representando a todos los que te leen y prefieren pasar de largo para no darse identificados)
Es una característica de la muchedumbre actual.