Como respuesta a las críticas a #BlackLivesMatter, surgió un meme en el que Uno le pide a Dos, ¡Auxilio, mi casa se incendia!, a lo que Dos responde, –Yo también tengo una casa. –Sí, pero la mía se está incendiando. –¿Estas insinuando que mi casa es menos importante que la tuya? –No, estoy pidiendo ayuda, ¡porque mi casa arde en llamas! –Todas las casas son igualmente importantes.
Acto seguido, podemos visualizar a Dos cerrando los ojos, sonriendo y balanceándose sobre sus talones, mientras que Uno desiste del diálogo y corre a buscar agua para apagar su pequeño incendio y, a lo lejos, centenares de testigos imitan la postura de Dos, ensamblando una inmensa hilera humana de ‘empatía universal’, todas y todos balanceándose sobre sus talones, con las manos adentro de sus bolsillos y los ojos bien cerrados, cantando un emotivo himno, obra magistral de la mercadotecnia, enviando abrazos, oraciones y buena vibra… vaya, haciendo nada.
Así andamos los grupos vulnerables por la calle, estudiando, trabajando, manifestándonos, buscando caridad y asilo, otorgando una sonrisa, desestimando ataques, ocultándonos o defendiéndonos a la vez que pagamos impuestos a un Estado que no nos permite ser. Viviendo, sobreviviendo o padeciendo el día a día. Gritando en busca de ayuda y recibiendo, en el mejor de los casos, likes. Mientras tanto, nuestra casa arde desde tiempos inmemorables.
Cada vulnerable anda así, viviendo por las mañanas y regresando por la noche a apagar su pequeño incendio que le arde en las manos y en el alma. En el mejor de los casos, hemos desarrollado un sentido de pertenencia ampliado y nos duelen un poco más los asesinatos, la discriminación, el desinterés y los ataques que sufren nuestros similares. Tal vez hemos aprendido a elegir nuestras batallas. No podemos requerir que todos piensen como nosotros y sigan nuestro camino. Ese es justamente el pensamiento de nuestros opresores. Lo único que podemos pedir es igualdad de oportunidades. Lo único por lo que suplicamos, demandamos y gritamos, es por nuestros derechos, comenzando con nuestro derecho a existir.
Es con este sentido de pertenencia ampliado que me permito hablar en nombre de otros vulnerables y aprovecho este breve espacio para agradecerte:
–Te agradezco por la moneda que me obsequiaste cuando pasaste en tu camioneta por la ruta de La Bestia. Ojalá no hubieras hecho una historia al respecto en Instagram para darle cuenta a tus seguidores de tu inmensa bondad.
–Te agradezco por las flores que me regalas el ocho de marzo. Ojalá algún día te preocupes por reducir o al menos monitorear la brecha salarial por género, la violencia intrafamiliar y la tasa de feminicidios.
–Te agradezco por llamarme cada veintiocho de agosto. Ojalá dejes de desesperarte y gritarme cuando me veas en los centros comerciales guardando tu despensa, lentamente, lidiando con la artritis, mi dolor de espalda, mis piernas tapizadas de várices y mi mermada capacidad de reacción.
–Te agradezco por tu lenguaje incluyente. Ojalá algún día tengas menús Braille en tu restaurante.
–Te agradezco porque digas que en tu establecimiento no se me discrimina. Ojalá algún día me des empleo sin importar si el sexo en mi identificación empata o no con mi apariencia.
–Te agradezco porque en las transmisiones de las instituciones públicas ya sea obligatorio tener un intérprete para sordomudos. Ojalá verifiques que aquellos que contratas para tales efectos realmente dominen mi lenguaje.
–Te agradezco por la sonrisa que me regalas en el aeropuerto cuando valido tus datos. Ojalá dejes de estacionar tu auto en mi rampa de acceso, ojalá dejes de envidiar el lugar de estacionamiento que me ha sido designado en los centros comerciales, ojalá dejes de utilizar los inodoros que han sido reservados para mí.
–Te agradezco por publicar libros de educación básica en mi lengua. Ojalá la garantía de mis derechos humanos siempre sea una de tus prioridades y tus apoyos no se diseminen en las inmensas coladeras de la administración pública tan deficiente y llena corrupción.
–Te agradezco por la artesanía que me has comprado. Ojalá dejes de regatearme por el precio, sabes que el hambre me obliga a aceptar las miserias que me ofreces a cambio de mi arduo trabajo.
–Te agradezco por tus pláticas empáticas y por pintar tu logo de colores cada mes de junio, el mes de la diversidad sexual. Ojalá incluyas en tus objetivos estratégicos al menos uno que realmente reduzca mis riesgos y aumente mis oportunidades.
–Te agradezco por todos tus ‘Me entristece’, tus ‘Me enoja’ y tus retweet en redes sociales. Ojalá un día colabores con alguna fundación para que la salud, la educación, la comida y el agua lleguen hasta donde yo me encuentro.
–Te agradezco por tus oraciones. Ojalá algún día entiendas que no es tu misión el someterme a los lineamientos celestiales establecidos por el ente que tú veneras.
–Te agradezco por usar moños rosas, rojos y anaranjados cuando la ocasión lo amerite. Ojalá algún día te pongas realmente en mis zapatos, entiendas mi situación y hagas algo que me ayude a cambiarla.
–Te agradezco por decir que somos iguales. Ojalá mantengas esa postura cuando nazca alguien como yo en tu familia, cuando alguien como yo se cruce en tu camino.
–Te agradezco por tu empatía y tus palmaditas en el hombro. Ojalá algún día saques tus manos de los bolsillos, agarres un balde lleno de agua y me ayudes a combatir mi pequeño incendio.
* Título copiado de la serie ‘Little fires everywhere’
Ricardo Castañeda
Consultor intentando actuar localmente, cinéfilo, runner, fan de la bandera del orgullo.