Cada mañana me siento sin rumbo. La rutina guía mis pasos. Me levanto cansado, después de trasnochar haciendo nada. Mirar las redes sociales, masturbarme un par de veces y dormir cuando el sueño o la culpa me ganen. Normalmente despierto sin ganas. Sintiendo una desesperación que estresa pero que se adormece con las primeras pastillas que mantienen lejos la tristeza y la felicidad por igual. Sé que no las necesito, sé que podría hacerlo solo, pero no tengo el valor de mirarme por dentro.
Evito pensar y sentir. Como lo que puedo y camino a la oficina. El mismo trabajo de siempre. Hacer lo mismo cada día. Desear lo que no se tiene, odiar a los compañeros, quejarme de mi jefe, de mi trabajo, esperar la quincena para repartirla en gastos y comprarme algo creyendo que cambiará mi vida. Gastar y volver a comenzar. Jurándome que el siguiente año me independizaré y viajaré por el mundo o abriré un blog o… ya no sé si creerme, nunca lo hago, no sé si lo haré.
Al salir no tengo nada más por hacer. La etapa de inventarme eventos, reuniones o películas ya pasó. Si no me soporto ni yo mismo, no puedo soportar a los demás. Mejor huyo de ellos. Los alejo, aunque luego me quejo. Los acerco y me voy. Me da miedo volver a sentir.
Camino. No tengo prisa por llegar a casa. Nadie me espera. Me digo que es mejor, aunque siento la amargura de esas palabras. En todos lados muestran la imagen de parejas felices, radiantes. Y los que estamos solos parecemos grises. Más bien, yo me siento gris.
Comienzo a quejarme por todo. La gente, la contaminación, el gobierno, la soledad… Entre más me quejo más especial me siento, aunque sé que es una muralla para que nadie pase, para que no vean la miseria.
Por el contrario, muestro sólo lo que quiero que vean. Las redes sociales me hacen sentir acompañado. Ahí soy diferente. Nadie sabe lo que hay detrás. Comparto lo que está de moda. Le tomo fotos a lo que compro, a lo que como, a lo que bebo. Entre más muestro, más creen que poseo y eso me hace sentir importante. Los otros me validan.
Me tomo fotos para ver si aún soy guapo. Colecciono momentos y frases sin sentido. Junto imágenes y videos que jamás vuelvo a ver. Grabo y transmito conciertos en vivo. No los disfruto, es más importante que los otros sepan que estoy ahí, que miren lo que veo. Hago transmisiones en vivo absurdas, donde comunico que me he levantado o cómo estoy vestido. No tengo nada más qué decir.
Cuando puedo grabo a otros. Me río de ellos. Los critico. Todos lo hacen y te puedes hacer popular si grabas algo en el momento justo o expones a alguien. Esperando siempre que no seas tú del que se rían. En la red te puedes esconder, decir lo que sea. Los otros no importan. Importa la imagen que te construyes, comprando lo mismo pero mejorado por uno o dos cambios inútiles que valen miles de pesos, dólares o euros. Si lo compras, te dices que lo vales, aunque te endeudes y empeñes sueldos no obtenidos. La autoestima hoy se compra a meses sin intereses.
A veces, me rio de las parejas. Hoy el amor se mide por likes, por comentarios, por fotos juntos, por acosar al otro, por saber qué perfiles visitó, por revisar de reojo sus conversaciones o entrar a su móvil cuando está dormido. Espiar sin que se dé cuenta. Si no encuentras nada, llega la culpa. Si encuentras algo, se vuelve una herida más que se publica para recibir palabras de aliento, jurando que saldrán adelante, que es sólo una racha, que dieron todo, que ellos sí sabían amar. Hoy todos son guerreros que salen adelante, aunque ves los mismos estados, las mismas frases, los mismos errores. Se vuelven predecibles, pero no lo saben.
Todos cultivamos la parte espiritual. Tenemos que tener un toque. Está de moda. Comer orgánico, vegano, hacer yoga, meditar, ir al gimnasio. Tomarte fotos casi desnudo con algunas palabras que motiven. Poner miles de frases absurdas, que suenan a eslogan barato, que se comparten y comparten, pero que nadie aplica. De los grandes autores como Sartre, Eco, Saramago, Bauman, se habla poco, no los entienden, porque para leerlos se necesita pensar más, sentir más, hacer más.
Nadie sana con una frase de internet, pero todos juran hacerlo y aplicarlo, porque hasta el equilibrio se mide por likes, por compartir lo correcto, por comentar y tener la última palabra. Lo entiendas o no, lo apliques o no, lo tomes o no. Compártelo y parece que lo vives y lo piensas.
La miseria siempre encuentra formas para colarse. Sólo hay que mirar a detalle. Cada día intento mostrar a otros sólo lo que quiero, pero cada mañana me vuelvo a encontrar ante mí, con la misma historia estéril.
Sé que aún ahí puede haber esperanza, pero para eso hace falta mirar hacia adentro y comenzar a trabajar en uno mismo para dejar la mierda atrás, para aprender a compartir los momentos, los silencios, las palabras, las caricias, las miradas, para ordenar las ideas y sentir sin miedo… pero esa es una elección que requiere valor y ese no siempre se tiene.
Luis Miguel Tapia Bernal
Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".
Justo esto es lo que platicábamos hoy a la hora de la comida, el comentario era en torno a la música actual, a lo efímero, pasajero, sin contenido, como la comida light y deslactosada, así las relaciones y el día, de úsese y tírese, no sabes como mw identifiqué con el primer bloque de la narración!!! Como siempre poniendo el dedo en la yaga y poniéndonos a cuestionar, debatir, pensar, argumentar!!! Gracias por ello y mantener el debate y el lenguaje vivo, latiente!!!
Es tan facil cambiar eso! Adopten un perro, ofrezcanse de voluntario para cuidar a alguien o ayudar en algo. Aprendan a dar y dejar de sentir lastima por uno mismo.