La dureza construida sobre la tristeza, se le notaba a través de los descuidos. Su rectitud la delataba por esa rutina que había creado minuciosamente, para cercar los muros interiores y protegerse de los fantasmas del pasado. No siempre le había resultado, pero por lo menos le permitía continuar con su vida.
Para Andrea las heridas comenzaron muy temprano. No fue una hija deseada. Sus padres eran tan jóvenes y llenos de deseo, que la concibieron en un descuido fugaz. Al enterarse, el abuelo materno los obligó a casarse para tapar la deshonra que tanto se evitaba en aquellos años. No había opción. Serían un matrimonio como tantos otros, creado por obligación, sobre un deseo que cada vez iba a menos, sin amor, ni futuro.
Andrea siempre tuvo claro que su madre no la quería. El peso del mandato paterno se le había venido encima y dejó que sus sueños se aplastaran. La juventud se derrumbó frente ella y comenzó a guardar un enojo tan grande que se lo cobraba a todos aquellos que la rodeaban, principalmente a su hija, como si hubiera sido la causante de todas sus desdichas. Su falta de valor se volvió una tragedia.
El padre era un seductor eterno. Pasaba muy poco por la casa y era común que amaneciera en distintas camas con compañías ajenas. Era un hombre necesitado de vivir que huía a toda costa de su mujer tan llena de odio. Mientras tanto, Andrea se enfrentaba como podía a los gritos y reclamos de su madre. Constantemente se sentía culpable y su propia vida la sintió como una carga. Muchas veces creyó que no merecía vivir. Pero decidió aceptar el reto y comenzó a crearse el personaje de la hija perfecta, la que limpia, la que recoge, la que saca las mejores notas. Ni así se sintió suficiente. No podía pagar una deuda que no le correspondía.
Decidió estudiar medicina. Era el sueño frustrado de su madre. Para ella no estaba mal. Significaba ayudar a otros y acostumbrada a eso, le daba sentido a su vida. Poco a poco le fue apasionando. Su dedicación y tenacidad la hicieron ascender. Su disciplina era casi un régimen militar. Evitaba las amistades y los amores. Tenía contadas compañías, tan simples, tan superficiales, que nadie lograba conocerla a profundidad.
En cuanto pudo se fue de la casa de su madre. Su padre hace mucho que lo había hecho. La soledad había sido su más grande miedo y su mayor compañía. Resulta tan fácil acostumbrarse a lo incómodo y doloroso, que después no se sabe vivir sin aquello que lastima. Las mejores cadenas y condenas, se crean con las incorrectas interpretaciones y las perfectas distorsiones sobre uno mismo. Lo que otros dicen pesa tanto, que después no sabes cómo mirarte.
Andrea sentía sus heridas, pero no sabía qué hacer con ellas y prefirió ignorarlas.
Algunos hombres pasaron por su lado. A veces tocaban su piel. Intercambiaban un rato y si las cosas se ponían serias, sabía cómo huir. Era experta. Tenía toda una vida de práctica, huyendo de sí misma. De su cuerpo que no le terminaba de agradar. De su mente que siempre le parecía tan pobre. De sus emociones tan revueltas que aprendió a ocultar.
Con los años su corazón estaba frío y cerrado. Se repetía que no era necesario amar, y susurraba que no lo merecía. Para ella todos los hombres se iban. Y antes de que se fueran, ella ya no estaba. Evitaba amar, aunque a veces el amor y el miedo se le colaban por las fracturas de sus muros.
Un día apareció él. Con la sonrisa fácil y la esperanza por dentro. Con el tacto tibio y la paciencia intacta. Era un cirujano preciso. Supo colarse en sus sábanas y en su rutina, quedándose más de una noche. Aparecía con sorpresas y promesas, encantado con la luz de sus ojos. Gran parte del día tenía el nombre de Andrea pegado en sus labios, dispuesto a compartir su vida.
En ella, los muros comenzaron a cimbrarse movidos por un terremoto, exponiendo todo aquello que tanto le dolía. Por años ignoró que huir no funciona por siempre, porque sólo aplaza lo inevitable.
Por primera vez no supo qué hacer.
Y ahí estaba él, mirándole el alma y ella se debatía si correr a sus brazos o salir huyendo, como tantas veces.
Luis Miguel Tapia Bernal
Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".
…..y luego?!!!!
….es una gran historia no puede quedarse así, me encantó. Tal vez añoramos un final feliz pero podemos darle el final que querramos y aplicarla en nosotros mismos.
estuvo genial
Ouch que bonita historia, muy real. Ahí termina?
Y el final??? Que sigue??? Que pasa???
Excelente el articulo.
Si se acobardo, seguirá con su patrón de alejarse para evitar amar. Más si fue inteligente y reflexionó; pudo aspirar a un cambio, a romper sus hábitos, a arriesgarse a hacer Las cosas diferentes.