Llevábamos cinco años juntos cuando encontré su infidelidad. Lo descubrí porque revisé su computadora en la que pasaba muchas horas. Había notado cambios, pero temía preguntar y encontrarme con alguna respuesta desagradable. Por mucho tiempo no quise ver. Dolía mucho. Esos cinco años lo hice mi mundo. Viví sumida en el sueño de la relación perfecta que no me atrevía a cuestionar y muchos de mis esfuerzos giraban en torno a él.
Cada mensaje que leí, fue un golpe tan profundo que me cortaba la respiración. Fue enterarme de un mundo donde yo no estaba incluida, donde veía a otro hombre diferente del que dormía conmigo cada noche. Parecía feliz, franco y renovado, a diferencia del hombre gris en el que se había convertido a mi lado.
Por un tiempo me culpé de la infidelidad. Creí que había fallado. Por muchos años mi único sueño había sido formar un hogar, salir de la casa de mis padres y tener esa protección y seguridad que tanta falta me habían hecho. No me importaba si sacrificaba mi maestría o mi crecimiento laboral, porque era más grande el temor de fracasar en el único anhelo que tenía desde pequeña.
Nuestra vida de pareja se había hecho rutinaria. Todos los días eran casi iguales: despertarnos, bañarnos, desayunar a prisa y salir corriendo, irnos al trabajo y volver cansados a cenar algo y mirar la televisión. Los fines de semana estábamos con mi familia. Lejos quedaban las horas donde nos contábamos los detalles más tontos y nos interesaban, nos reíamos, nos abrazábamos. A mí la rutina me daba seguridad, me hacía sentir que siempre estaría ahí y me quitaba un poco las dudas de que algún día podía terminar.
Cuando lo encaré no lo negó. Tuvo el valor de decirme a la cara que estaba enamorado de alguien más. Me confesó que le dolía pensar en dejarme sola. No sé de dónde saqué el valor para pedir que termináramos. Aceptó. Así, sin más, se iban cinco años de mi vida y el sueño más grande.
Un par de semanas después se fue de la casa, y por primera vez tuve que levantarme y mirarme al espejo sin que nadie pudiera maquillar mi realidad. Por primera vez debía hacerme cargo de mí con todo lo que había arrastrado a lo largo de los años. Nadie más podía hacerlo.
Tenía un dolor tan grande que no me cabía en el cuerpo. Ahí, en medio de la nada, decidí que necesitaba comenzar a trabajar en mí. Sola no podía, porque no me conocía, ni sabía por dónde empezar. Poco a poco me di cuenta de todos los sueños que había abandonado por evitar repetir la historia de mis padres. A veces parecía más una niña que una mujer, esperando cuidados, amor, compañía. Muchas veces me sentía sin nada, porque los días que estuve con él, temía perderlo, y cuando se fue, me sentí frustrada al no poder conseguir que se quedara. Me di cuenta lo mucho que desperdiciamos el tiempo. Vivimos siempre anhelando el futuro, esperando que llegue para crearnos una seguridad efímera que nos distrae del momento presente, perdiendo el presente y el futuro.
Si yo estaba rota, ¿qué tenía para dar?
Llevaba años en el mismo trabajo que no me gustaba, pero me daba dinero. Jamás había viajado sola y tenía poco amigos. Los hijos aún no eran prioridad, porque estaba agotada de cuidar a mis padres, a los que me dedicaba a apoyar en lo que podía, tratando de solucionarles sus problemas, sintiendo que sin mí no podían estar.
No lo voy a justificar. Él fue infiel y tiene su responsabilidad. Pero no quiero vivir sintiéndome la víctima cuando también cooperé en el desastre. Ahora imagino las noches o los días que salía a ver a mis padres y él estaba solo en casa. Las muchas veces que estuve ausente de la relación, aunque lo amaba profundamente. La mujer estéril en la que me convertí.
Tuve que aprender a atravesar océanos de dolor, apagar las llamas del coraje, salir de los pantanos de la culpa y la vergüenza, enfrentar a los fantasmas del miedo, sanar las heridas del pasado y aprender a despedir lo que no funcionaba. He aprendido que no hay buenos ni malos. Cada uno hace lo que puede en la vida y en una pareja los dos pierden o los dos ganan.
A veces las despedidas, nos confrontan con aquello que nos falta solucionar en uno mismo. Las grandes crisis pueden ser oportunidades que nos recuerdan la importancia de trabajar y resolver lo que tenemos pendiente.
Luis Miguel Tapia Bernal
Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".
Los que recorrimos ese tramo en nuestra vida,sabemos de ese dolor sordo que se instala en el estomago y los oídos, y hemos sacado fuerzas de nuestra debilidad,como héroes mitológicos.
No estoy de acuerdo en invadir la privacidad de la otra persona registrando sus cosas personales, cuando uno ve que hay frialdad es evidente que algo pasa y no hay necesidad de pruebas para saber que es tiempo de abandonar la relacion sin pleitos y aprender a quererse a uno mismo.