La historia comienza con la atracción y el deseo. Termina con el hartazgo. Se miran y se reconocen, descubren sus sonrisas nerviosas, se intercambian las primeras palabras y las bromas que relajan para dar paso a la creación de un lenguaje especial, íntimo. El tiempo acompaña y deciden vivirlo.
Comienzan las noches juntos, los cuerpos que se acoplan y se desean, los desayunos con sonrisas, las manos entrelazadas al caminar, las ganas de no separarse aunque no siempre sean mutuas, pero se pasa por alto. Poco a poco llegan las fiestas, las presentaciones con la familia y los amigos. Las cosas se empiezan a poner formales y eso gusta y asusta por igual.
De repente los focos rojos se encienden. Se hacen presentes los miedos que no sabes distinguir si son por el pasado y las experiencias que te han dolido, o son alarmas de cosas que se detectan y no son agradables. No sabes qué hacer y das un paso atrás o te paralizas. Necesitas seguridades, esperas que el otro dé, haga, tenga, para ver si continúas avanzando. Pero tampoco quieres irte, sus ojos te atrapan, su compañía es agradable y es la promesa de tener algo duradero por primera vez y demostrarte que pudiste. Sigues.
Llegan las primeras heridas, palabras, actos, omisiones que duelen. Hablan, siguen, se perdonan. Se descubren defectos, se caen las expectativas y te preguntas si debes seguir o terminar, pero los libros dicen que el enamoramiento se acaba y el amor empieza y eso incluye amar y aceptar al otro. Sigues, pero parece que van a ritmos distintos, tan distintos que no logran acoplarse, y menos cuando se intenta resolver a través del otro el pasado.
Pero las dualidades ya te engancharon: hoy está y mañana no sabe lo que quiere, hoy no sabes si quieres continuar o terminar. Se dan días maravillosos llenos de risas y besos, y otros tantos cargados de enojo y dolor, que sólo deseas salir corriendo y no volver nunca más. Se llevan a puntos extremos, se gritan las frases más hirientes, y dices no más.
Terminan y cierras tu corazón. Dolió demasiado, quedaste harto de ir y venir, de no ser prioridad, de no saber cómo darle un lugar en tu vida. Te exigía ser el centro de tu vida, pero al menor cambio, tú dejabas de serlo y jamás lograste competir con su madre, la persona más importante para él. Los reclamos se hicieron lo más constante. Los besos disminuyeron. El deseo se apagó, se volvió mecánico, sólo por cumplir…
Te preguntas por qué no terminaste antes, pero te dolía lo que pensara tu familia que lo adoraba, o los días sin él, en los que extrañas la rutina construida más que a la persona. A ratos justificas, a ratos reclamas, todo se vuelve lento, en reconstrucción. Lloras días enteros, tus padres te abrazan, por primera vez te entienden. Hablas con tus amigos hasta el cansancio y buscas tener razón. Escribes en tu diario y llenas páginas de reclamos, de lamentos, de enojo. Le dedicas canciones, sueñas con él, despiertas en la madrugada, lloras, te sientes vacío. Pasa.
Los días se suman, la vida sigue. Ignoras el dolor. Estás cansado de sufrir y te vas de lo que sientes. No vuelves atrás, pero tampoco pudiste despedirte. Los años pasan y te sientes solo, descubres que se ha vuelto un tema pendiente. Has tenido tanto miedo de repetir esa historia que dejaste de intentarlo. Te sientes idiota y no sabes cómo comenzar de nuevo. Te dolieron sus palabras, sus exigencias, sus reclamos, el sentirte incómodo en tu propia piel. Y ahí pides ayuda, ya no sólo a tus amigos, o a tu familia, sino una ayuda neutral y profesional. Te cuesta hablarlo porque todo se enreda en tu cabeza y en tu pecho. Te das cuenta que jamás lo hubieras descubierto por ti mismo si no hubieras tenido el valor de pedir que alguien te acompañe en ese proceso para poder mirarlo desde otros puntos, aunque duela, aunque angustie. Ya necesitas moverte. El lugar en el que estás te queda pequeño, porque sigues sin ser tú, porque ni siquiera te gustas así, porque tu sueño no es quedarte solo.
Y ahí llegan las respuestas. Descubres tus responsabilidades y empiezas a reconciliarte con el pasado que postergaste tantos años, desde tu infancia, desde antes de ti. Te das cuenta que él también tenía su historia, que algunas cosas no eran contigo. Entiendes el por qué y el para qué de esa relación.
Un día te miras al espejo y empiezas a gustarte, empiezas a disfrutar la vida, sin cargas, sin tantas heridas, más ligero. Y ahí comienza la verdadera libertad…
Ya es momento de trabajar en ti, saca una consulta y comienza a resolver tus historias pendientes.
Luis Miguel Tapia Bernal
Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".
Me encanto!!
Ufff, fue como meter el dedo en la llaga…
Justo lo que estoy viviendo en estos momentos, muy fuerte el dolor, angustia, desesperación todos los sentimientos encontrados sin respuesta…
Se sale de ahi, Emilia, no temas.
Siempre es buen momento para trabajar aquello que duele y poder salir de ahí.
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Por ahi creo que pasamos la mayoria. Se sufre. Pierdes el tiempo pandolo mal. Es un aprendizaje. Unos vamos mas lentos, otros son mas rapidos. Pero todo pasa y todo llega. Ha llegado el momento de ser feliz.
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Maravilloso!!!
Què bien!!???
Me gustò!
Yo tuve una historia muy parecida, pero desde hace 16 años y ahora al pasar los años he vuelto a pensar en ella como si hubiera sido ayer, han vuelto esos sentimientos que creí habían desaparecido y no entiendo porqué