Quien se queda con los padres no crece, se queda un tanto niño, un tanto adolescente. Para explicarlo mejor quisiera comenzar preguntando algo: ¿quién necesita más de los padres: un bebé, un niño, un adolescente o un adulto? Desde cualquier perspectiva sería un bebé ya que no puede valerse por sí mismo, y se supone que en cada etapa se dará el crecimiento y se buscará la autonomía en la que cada persona va desarrollando sus propias habilidades y recursos para buscar satisfacer sus necesidades y construir sus decisiones, así como asumir sus responsabilidades cualquiera que éstas sean – carrera, pareja, soltería, viajes, tener hijos o no, y un largo y variado etcétera – .
Pero ¿qué sucede con los hijos a los que los padres les resuelven todo? ¿acaso pueden desarrollar sus propios recursos? ¿pueden asumir sus responsabilidades si hay alguien que lo hace todo por ellos?. Sería muy importante que los padres pudieran formularse estas preguntas, así como permitirse apoyar a los hijos cuando sea necesario, pero acompañarlos a descubrir y desarrollar sus propias habilidades y recursos, poniendo reglas claras que ayuden a dar seguridad y responsabilidades acordes a cada edad, así como trazar caminos de comunicación. Es fundamental recordar que darle todo a los hijos y resolverles todo, es convertirlos en pequeños inútiles que dependerán siempre de alguien.
Así, cada vez es más común ver a hijos que, aunque sean mayores de treinta años, siguen viviendo con sus padres como eternos adolescentes. Incluso después de divorcios o separaciones, regresan a vivir con sus padres. Constantemente vemos a hombres que no saben decidir, que buscan jugar y tener poco compromiso y no están a la altura de las mujeres que después de luchar por sus derechos han crecido y creado sus propias carreras, ganando espacios y adueñándose de sus cuerpos, de sus emociones, de sus economías.
También vemos a mujeres que son como niñas que buscan ser mimadas y atendidas, haciendo travesuras sin saber cuidar de sí mismas. Por un tiempo estas parejas funcionan, incluso son muy atractivos para el otro. Aquella mujer sobresaliente con un hombre un tanto adolescente se divierte, hay mucha atracción, emociones intensas, risas, pero a la larga él no está a la altura porque no sabe asumir responsabilidades o compromisos. Hombres que se quedan niños o adolescentes, siendo los consentidos de mamá que todo les resuelve, sin saber qué hacer con sus vidas.
Lo mismo pasa con las mujeres que se quedan eternamente siendo adolescentes, son tiernas, poco audaces, impulsivas, nobles, que necesitan de cuidado y guía, agradan a los hombres fuertes, directivos, pero después de un tiempo aburren. Aunque no necesariamente estas relaciones terminan, se vive una constante tensión y presión, el buscar cambiar a la pareja, o hacer que asuma responsabilidades para las que no tiene capacidad. Así se entra en una lucha de imposiciones, o eternos diálogos donde se van creando distancia, desilusión o pesadez, en una relación distorsionada donde el tiempo corre entre educar a la pareja y disfrutar poco, que se asemeja más a la relación asimétrica de padres e hijos, que aquella simétrica de pareja.
Si bien la adolescencia es una etapa de crecimiento y de descubrimiento, que tiene grandes ventajas y una buena cuota de sorpresa, no permite crecer si se queda estacionado para siempre en ella, toda etapa pasa porque vienen nuevas que tienen algo más que ofrecer.
Saber decidir y asumir la responsabilidad es un proceso de libertad y autonomía, tan necesario para enfrentar la vida, para seguir, para descubrir, para crear con lo que se es, con lo que se tiene e ir a buscar lo que se necesita. Los eternos adolescentes mutilan la vida y sus infinitas posibilidades de elección.
Luis Miguel Tapia Bernal
Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".
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