La Bella y la Bestia ¿amor enfermizo?

La Bella y la Bestia ¿amor enfermizo?

Hasta hoy tuve la oportunidad de ver La Bella y la Bestia en live action. Evidentemente con el sello Disney –que debe quedar claro para no esperar cine de arte–, cuenta con una buena apertura y diversidad en el elenco, dando guiños de inclusión, tan importantes y necesarios.

Pero como siempre, el cine da muchísimo de qué hablar y pensar. Entre si gusta o no, si es absurda, si el elenco pudo ser mejor, o si es encantadora, está un debate abierto que es muy interesante: las princesas de Disney y el amor, puesto que han marcado por años muy diversos estereotipos, y que en los últimos años se ha hecho una transición para mostrar nuevas formas de ser.

Esta historia, basada en el famoso cuento francés del que hay muchas versiones, ha estado asociada por las distintas lecturas e interpretaciones al tema de querer cambiar a un hombre violento y quizá en algunas de esas versiones pueda tener sentido. En particular, en la película, no lo creo, pero considero que todas las posturas son válidas, importantes y enriquecedoras.

Rescato varias cosas y reflexiones que tuve después de verla. Más allá del elenco entrañable, de la belleza y lo bien que se maneja en cámaras Emma Watson y por supuesto su decisión de no usar corsé en el vestuario como acto de liberación. Pero más que la cuestión técnica, vi la historia de dos seres humanos, con sus heridas, sus familias y sus pérdidas.

No hay que dejar de ver que está situada en otro siglo, donde las costumbres eran distintas, pero modernizada en muchos aspectos. Sólo hay que observar la fuerza de su protagonista, una joven huérfana de madre, que ama leer y que no necesita ser salvada. Avanzada para su época, se atreve a imaginar y desear más, fugándose a través de los libros, y siendo un peligro para la sociedad que busca no pensar, no sentir, no soñar.

La Bestia, que antes fue un apuesto príncipe, también tiene su historia, y no podemos dejar de mirarla para entender todo lo que construye a una persona. Fue un niño también huérfano, al que educaron con el rigor, la violencia y la frivolidad, representando como podía las exigencias de su padre, un rey catalogado como malo. No sabía hacer más. En la historia, desprecia a una anciana por su imagen, que era lo único que para él importaba, pero esa anciana, en realidad era una hechicera, y pone sobre él una maldición al convertirlo en bestia, para que pudiera verse como lo que representaba, quedándose atrapado en su propio destino, lleno de soledad, y un castillo que se derrumbaba, sin poder hacer más, puesto que no sabía cómo, porque a pesar de que era un hombre culto, demuestra que la información, los libros y los datos, no son sinónimo de saber manejar las emociones y poder resolver la propia vida.

En las costumbres de esa época, hace prisionera a la joven, que toma el lugar del padre. A final de cuentas, para él, era un robo de algo importante. Ella asumiendo su fuerza, sabe que puede huir y enfrentar, pero en ningún momento se plantea quedarse para cambiarlo. Por el contrario, él comienza a ceder y a su forma intentar hablar o acercarse, sin saber cómo hacerlo al principio. Después de tanto tiempo acostumbrado a la soledad y su propia imagen distorsionada, se vuelve difícil saber compartirse. Ella incluso está por irse, y él la salva de los lobos, por lo que ella elige ayudarlo ahora, como acto de humanidad. Ahí se encuentran y se tocan profundamente, se ayudan, se agradecen, se miran más allá de lo que se han dejado mirar. Y, el arte, que todo lo sublima, logra acercarlos aún más. La literatura los permite encontrarse, abriéndoles los puentes del entendimiento, los sueños y las muchas lecturas sobre una misma historia. Pero ella misma lo deja claro que sin libertad no hay felicidad.

Veo a dos seres, encerrados en jaulas e imposiciones sociales, en medio de la soledad y el rechazo, por su condición de raros, que logran tener un punto de encuentro en los libros y logran ir sanando sus heridas. Es hermoso cuando él la acompaña a entender su propia historia, para que resuelva su secreto pendiente y ella encuentre las piezas que faltaban para tomar el amor y la vida que vienen de sus padres. Es eso lo que los une, no una necesidad de cambiar.

¿Cuántas heridas sin resolver tiene cada persona?, ¿cuánto se puede lastimar a otros con ellas?, ¿cuánto pueden limitar la vida, el crecimiento y el desarrollo?, ¿cuántos trampas se pueden crear?, ¿cuántas elecciones somos capaces de tomar?

Para poder empezar a responder estos cuestionamientos de manera personal, es necesario ampliar la mirada, algo que falta en un mundo donde todo se quiere hablar y etiquetar, aun con discursos de liberación que terminan por encasillar e imponer. No podemos dejar de lado los matices de las historias, porque como seres humanos estamos implicados, convivimos y nos rozamos. Actualmente se teme al contacto, se busca seguridades y transparencia, muchas veces sin ser capaces de ser claros con uno mismo, llegando a justificar todo con conceptos, creando un vacío para llevar a la práctica. De esta manera se vuelve difícil crear el respeto, la responsabilidad y los límites, negando la posibilidad de construir el amor a la medida de lo que uno es, necesita y es capaz de dar.

Todo está en la forma de interpretar la realidad.

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Luis Miguel Tapia Bernal

Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".

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